Metamorfosis del caballero: sus trasformaciones en los libros españoles

Autores/as

José Amezcua

Sinopsis

La imagen del héroe posee caracteres que constituyen pruebas constantes del espíritu de los tiempos y del anhelo de los pueblos por una vida valiosa. Si el héroe es aceptado unánimemente es porque responde a actitudes básicas de la comunidad; porque —manipulada o no— la imagen personifica los sueños de grandeza de los hombres. Cuáles son los atributos del hombre ideal en una época determinada, lo podemos saber analizando la idea que del héroe tuvo esa sociedad. El culto del ser heroico corresponde a épocas decisivas de los pueblos: surge en tiempos de violentas luchas, cuando la guerra es una necesidad para conquistar y sojuzgar a los pueblos vecinos, cuando las tribus errantes buscan su acomodo. La figura heroica domina entonces casi por completo sobre las demás formas de vida, porque alienta como ninguna otra a los hombres a la conquista, hasta llevarlos a la exaltación. Y comienza a surgir el héroe como personaje literario, y el arte se llena de color, se vuelve plástico; se habla de una forma tan rotunda, tan terminante, que se llega con frecuencia al dogmatismo. Se narran —o se cantan— fuerzas físicas increíbles, proezas corporales sin cuento, actos que prueban la valentía y son salvados limpia y fácilmente, afrentas que deberán vengarse sin tardanza; todo ello de una manera pública y soberbia, visible y cierta, de una evidencia que no admite segundas versiones, porque en sí misma la vida heroica quiere ser absoluta. Gilgamesh, Aquiles o Rolando, Lancelot y Rodrigo Díaz de Vivar revelan en su trayectoria esta particularidad de seres únicos; sus vidas, los hechos y los personajes que los rodean muestran una idea del mundo conformada por características singulares y totales.

Publicado

enero 1, 1984