Figuras de la vida anímica
Sinopsis
Quien conozca, aunque sea someramente, la obra de María Zambrano, habrá notado que sus hábitos de escritura no se ajustan al ideal de una argumentación "clara y distinta". Independientemente de la diversidad de maneras de llevar los conceptos al discurso que existe en la tradición filosófica occidental —diálogos, aforismos, ensayos, tratados—, es poco común encontrar a un pensador cuyas maneras lingüísticas parezcan favorecer la equivocidad por encima de la univocidad. El discurso filosófico puede ser dificil u oscuro —y es justo que lo sea, en la medida en que busca textualizar una compleja y apretada trama de elementos y movimientos conceptuales—, pero ello no significa ni un desentendimiento ni una renuncia a la exigencia de rigor y precisión que gobierna su propósito argumentativo.
El caso de María Zambrano es, en este orden de ideas, muy singular. Lejos de mí sugerir que la andaluza cultivara el equívoco o la confusión sistemáticos en sus escritos. Las cosas son menos sencillas. La escritura zambraniana es casi siempre expositiva, a veces didáctica, pródiga en ejemplos a propósito de los tópicos tratados; suele construir sus argumentos abiertamente, en la superficie misma del sintagma; gusta de anunciar, enfatizar y posteriormente reiterar los hitos conceptuales a los que llega, así como también se esmera en hacer visible y coherente el recorrido por dichos hitos; en suma, cumple con los requisitos retóricos de un discurso como el filosófico, en el que la función poética del lenguaje suele poner sus recursos al servicio de la función referencial, en detrimento de las funciones sintomática y apelativa, que arriesgarían la ecuanimidad y neutralidad de la exposición, modalizándola en favor de los interese anímicos del sujeto de la enunciación, o bien de sus afanes persuasivos en vista del receptor.